Hoy aprovecho para retomar este blog que llevo unos meses, no en el olvido, sino con las ideas en el tintero… y a la vez haré una breve pausa en la narrativa de mi aventura transiberiana, para contar una historia de uno de los viajes que muchas veces nos olvidamos que estamos continuamente realizando, el viaje de la vida diaria.

Caminando bajo la luna

“Hoy es una noche de Junio como cualquier otra en Barcelona. El calor y la humedad del dia, dejan paso a una brisa fresca con olor a mar. He vuelto a casa y como todos los días, salgo con Kai, mi querido compañero perruno, a dar un paseo nocturno por la playa. Un paseo que se ha tornado rutinario por el peso de la obligación, y que ha perdido el encanto que tuvo en otros tiempos.

Pero hoy ha sido diferente. Saliendo del túnel que cruza la carretera frente a casa me deslumbró el brillo de una luna grande, casi llena, de un color amarillo con tonos rojizos de esos que cubren la luna cuando acaba de salir por el horizonte. Quede hipnotizado y seguímos su reflejo hasta la orilla del mar, caminando descalzo por la arena fresca en la obscuridad.

A pesar de lo negro de la noche habia una luz especial que brillaba en los granos de arena y el agua, donde el reflejo de la luna se meneaba sobre las olas como una serpiente dorada buscando tierra firme. El mar era calmo, como lo es siempre el mediterráneo, pero hoy era más calmo de lo normal, podria asegurar que hay más olas en un lago.

Mientras Kai corría surcando las pequeñas olas y saltando al agua constantemente para refrescar su denso pelaje. Yo caminaba por la orilla, con el vaivén del agua, mojando mis pies y disfrutando el momento con la mente en blanco, pero llena con esa imagen majestuosa. Mientras el conejo que el gran dios Azteca, Quetzalcoatl, dejó plasmado para siempre en luz y plata sobre la cara de la luna, me observaba desde las alturas.

Era una noche especial, llena de contrastes, de luz pero a la vez de sombras. A lo lejos vi la silueta de un hombre, haciendo reverencias en la obscuridad. Al acercarme un poco me di cuenta que oraba en silencio el Salat, posando su frente en la arena, siempre orientada a La Meca, y que particularmente en esta hermosa noche coincidía con el reflejo que la luna dejaba sobre el agua.

Sus movimientos eran sutiles, pero metódicos, como mis pies al caminar sobre la arena. Los versos del corán debían ir y venir en su pensamiento, como las olas que salpicaban la arena una y otra vez, y que retumbaban sutilmente en mis oídos. La luz de la luna bañaba nuestros cuerpos y proyectaba sombras que cambiaban de forma con nuestros movimientos. Fue ese el momento donde entendí que ambos hacíamos lo mismo, él oraba a su dios Alá, y yo al mio… La Naturaleza.”

El Masnou, Barcelona 3 Junio 2015.

NOTA: Lamento que no poder mostrar en una fotografía la majestuosidad de la luna esta noche, pero no hay lente capaz de captar lo que viví hoy. Así que les dejo una, donde Kai y yo compartimos otro de estos momentos, esta vez en la montaña.

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